Bora Bora(v.2)

Bora Bora(v.2)

Author:Alberto Vazquez-figueroa
Language: es
Format: mobi
Tags: Aventuras, Novela
Published: 2011-02-19T23:00:00+00:00


5

Había llegado el momento de lanzar al agua el Marara.

La ceremonia de botar una gran embarcación, y aquélla era la mayor y más hermosa que se había construido jamás en Bora Bora, exigía un ritual muy preciso, pues lo primero que había que conseguir era que el dios del mar protegiese la nave de los mil peligros que sin duda habría de encontrar en su difícil singladura.

Las más antiguas tradiciones exigían que se le brindase a Tané un sacrificio humano que sirviese para recordarle que las vidas de cuantos iban a bordo estaban en sus manos, pero no había en aquellos momentos en la isla un prisionero de guerra, un adulto muy enfermo o un anciano moribundo del que se pudiese «prescindir» sin cargo de conciencia, y aunque los ojos de todos se clavaron de inmediato en la odiada figura de «la bestia», «Miti Matái» se opuso a su muerte argumentando que los tatuajes de su cuerpo eran demasiado valiosos como para permitir que se perdieran de forma tan estúpida.

—Aún no hemos desentrañado la mayor parte de los misterios que ocultan —dijo—. Y quiero llevarle con nosotros porque tal vez gentes de islas muy lejanas nos puedan aclarar su procedencia al ver esos dibujos. Sé que merece la muerte más que nadie —añadió—. Pero es una muerte que no podemos permitirnos.

—Me niego a poner el barco en el agua si no se efectúa un sacrificio —puntualizó testarudo Tevé Salmón—. Si lo hiciera estoy seguro de que ni siquiera alcanzaría las costas de Rairatea.

—Pues habrá que buscar a otro —insistió el «Navegante Mayor»—. Necesito a ese salvaje.

Roonuí-Roonuí propuso organizar una rápida expedición a cualquier isla próxima con el fin de capturar un prisionero pero Hiro Tavaeárii se negó en redondo.

—Por primera vez en muchos años estamos en paz con nuestros vecinos —dijo—. Y no me parece oportuno arriesgarse a romper esa paz en el momento en que nuestros mejores guerreros emprenden una larga travesía. —Hizo una corta pausa—. Debemos comportarnos como si nada hubiese ocurrido, porque nadie debe saber que vamos a quedar desguarnecidos.

—Dicen que el viejo Tracqui anda ya chocheando —aventuró el tatuador sin demasiado convencimiento.

—Dos de sus hijos irán a bordo —replicó con su acritud de siempre Roonuí-Roonuí— ¿Con qué ánimo embarcarán sabiendo que la quilla pasó sobre su padre?

Todos los presentes se volvieron por último hacia Hiro Tavaeárii, pues al fin y al cabo era él quien regía los destinos de la isla, y quien debía pronunciar la última palabra.

Resultó evidente que aquélla era la decisión más difícil a que se había enfrentado nunca el venerable maestro de Tapú Tetuanúi, puesto que no tenía el menor deseo de condenar a muerte a un inocente, y tampoco deseaba poner en peligro treinta vidas humanas lanzando la nave al agua sin contar con la protección del todopoderoso y vengativo dios Tané.

—Lo pensaré —dijo al fin—. Mañana daré mi decisión.

Pasó la noche en vela, sentado en el porche de su cabaña, con la vista clavada en la laguna sobre la que



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